Haz que se destaque.

Anexo I El salvamento de la pelota

Anexo I El salvamento de la pelota

Querido padre: ayer soñé que alguien escribía una necrológica sobre mi muerte, te parecerá una manía enfermiza que sueñe estas cosas y también que ahora sea capaz de recordar mis sueños.

Siempre tuve la sensación de que en las noches no soñaba, pero claro probablemente era mi incapacidad de recordar lo soñado, ahora sin embargo con las capacidades mentales muy mermadas recuerdo los sueños con bastante claridad, tal vez sea porque lo irreal se ha vuelto más importante para mí que la realidad que vivo y he vivido.

Tal vez este sueño haya sido inducido por la última carta que te envié, en la que hablaba de cuando se le cayó la pelota al río a aquel niño en la carretera de Cañu. Pero tal vez el sueño fue inducido por unas necrológicas que encontré unos cajones, sabes que soy indiscreto las leí y sospecho que lo había escrito uno de mis hermanos para cuando llegar a mi fin que siempre pareció estar cercano.

Tal necrológica empezaba algo como así:

Tenía que llegar el día, y llegó por fin el descanso para aquella alma inquieta, presa de un cuerpo mediocre. Siempre viví cerca de él, si no en la distancia, sí en compartir sus sentimientos, inquietudes y esperanzas. Recuerdo muchas vivencias que compartimos. Nuestra familia vivió en diferentes destinos, por los que había pasado nuestro padre en el desarrollo de su profesión.

En resumen padre recogeré un relato en el que el “necrólogo” habla de mí de una forma barroca y me achaca una admiradora admirable, como verás, tal vez reconozcas al personaje central de la historia, por lo característico de su ser y por sus méritos, en esa fecha era una vieja, pero ¿sabes? los que llegan a viejos una vez fueron jóvenes y esta señora sé que muy vital y plena de vitalidad.

El relator le dio forma de relato y así comienza.

La incondicional

Rafael era alto, guapo y simpático. Había aprendido a nadar con nosotros, nuestra familia se bañaba en la Llongar. Así denominábamos allí a ese tramo del río Sella, donde se remansa durante kilómetro y medio, al sur de la villa de Cangas de Onís. En ese tramo el río ha excavado el valle en una profundidad de unos diez metros, dejando al descubierto rocas calizas y pizarras en los taludes laterales. El lecho está cubierto de regodones, así llamábamos a los cantos rodados. Este Vallina se abre hacia el Sur desde la aldea de Soto de Dego, situada debajo de los acantilados de piedra caliza de la margen occidental del río. En esta aldea tenían su casa solar los Cortina, la gente de la tan nombrada Cándida.

Al año siguiente de haber enseñado a nadar a Rafael descubrimos con gran sorpresa que Rafael nadaba mejor que todos nosotros. Él había estado entrenando ese invierno en el Club de Natación de Mieres y había progresado de un modo asombroso.

Ese verano mi hermano, el ahora difunto, le daba clases para ayudarlo a preparar la reválida de cuarto de bachillerato, donde se había atascado, era su tercer año. Todas las tardes Juaco salía de casa a las cuatro y media, y pasaba con Rafael en casa de su abuela un par de horas. La abuela de Rafael era una persona conocida y admirada en la comarca porque en los años 30, cuando se quedó viuda con hijos adolescentes, se hizo cargo de la empresa familiar, una compañía de autobuses en la zona de Cabrales, conduciendo ella cuando no había conductor disponible. Debo indicar que en los años 30 aquella zona estaba bastante revuelta, había bandoleros y en más de una ocasión la viuda sacó un revólver de la guantera del autobús para repeler un atraco.

Una tarde, Rafael salió de casa de su abuela, donde pasaba sus vacaciones de verano, y se vino a nosotros todo excitado, se quitó el jersey y dijo:

-Juaco, ponte este jersey.

Joaquín lo miró sorprendido y le dijo:

-¿Por qué?, No tengo frío.

-No importa, póntelo, estoy harto de las cosas de mi abuela.

A Joaquín el jersey le quedaba enorme, le sobraban mangas, los hombros le quedaban a medio brazo, vamos, que estaba hecho una facha con el jersey de Rafael.

-¿Lo ves? Y la abuela me dice que a ver si hago gimnasia y me pongo fuerte como tú. No lo entiendo, ¿Qué ve en ti? ¿Es porque me das clases? No, no lo entiendo.

Yo tampoco entendía que veía la viuda de Morán en Joaquín. Ahora pasados los años creo recordar algo que tal vez junto con otras pequeñas cosas, convertía a aquel adolescente endeble en algo especial a los ojos de aquella meritoria mujer.

Lo que voy a contar ocurrió a finales de febrero, el día estaba soleado, volvíamos a mediodía de las clases del Instituto. Al llegar al barrio nos encontramos a mi padre, quiero decir a nuestro padre, delante de los bloques de casas había un campito de césped natural, de prado, donde jugaban algunos niños pequeños. Algunas madres conversaban al tiempo que cuidaban de ellos.

 A uno de ellos; nieto, por cierto, de la viuda de Morán y primo de Rafael; se le escapó la pelota que fue a caer al río. Su Madre dio un grito y corrió intentando detener la pelota. El río discurría en trinchera, unos diez metros por debajo del nivel del campo de juego de los niños. El río corría turbio y crecido por los deshielos. Mi padre nos miró y dijo: -Joaquín al agua y saca la pelota.

Yo miré al río color chocolate que corría y saltaba, como saltan los corderos cuando van en tropel, y pensé: “debe estar helado”. Vi como Joaquín se desnudaba, corría talud abajo y saltaba al agua; braceó hacia la pelota y volvió a la orilla, arrastrado por el agua, la alcanzó unos cien metros aguas abajo de donde lo esperábamos contemplando la escena.

Entonces luchó por aferrarse a la orilla, se cogió o a la rama de un árbol que estaba medio sumergido por la crecida y a duras penas alcanzó el ribazo. Caminó hacia nosotros por la orilla del río y subió el talud hasta alcanzar el campo donde lo esperábamos, le lanzó la pelota al niño y dijo: -"Voy a casa, tengo frío", sus dientes castañeteaban.

Yo le hice una chanza, no me hizo ningún caso. Vi como mi padre se despedía de las mujeres que habían contemplado la escena, me pareció que el orgullo lo llenaba por completo. Pensé: "Estos dos siempre serán los mismos", pero no dije nada.

En casa mi padre le dijo a Juaco: "Joaquín date una ducha caliente y ponte ropa seca". Mi Madre dijo: "Pero Bernardo, ¿cómo dejaste que se bañara el niño? ¿No recuerdas la pulmonía que cogió o hace unos años y por poco se nos muere?". Y así discutieron durante un rato.

Hora y media más tarde nos fuimos al Instituto y la vida continuo sin que diéramos más importancia a la “hazaña”, pero se ve que la viuda quedó impresionada por el asunto o y se volvió o incondicional de mi hermano, y sólo ella veía en él esas cualidades que su nieto no entendía, pese a la amistad que los unía.

En setiembre Rafael aprobó por fin la reválida de cuarto, sacó un siete. Cuando Juaco le preguntó:

-¿Qué te dijeron en casa?, seguramente esperaba alabanzas a su labor. Rafael le contestó:

-Que ya era hora.

De ese modo creo yo, mi hermano, el ahora finado, pasó a tener una admiradora que veía en él lo que otros no veíamos, quizás mi padre si lo viera, no sé, pero al fin se murió y su alma tendrá el reposo que no logró tener nunca en vida.

Tengo que hacer una anotación aquí, no entiendo por qué mi hermano en esta necrológica nos cambian los nombres, pero estoy seguro que esta historia habla de mi. Tal vez el cambio de nombres tuviera por objeto que no lo identificaran los curiosos que lo encontraran. Al fin y al cabo escribir una necrológica sin que se haya muerto tu hermano es algo que en el mejor de los casos es de mal gusto.

 

 

Haz que se destaque.

Anexo I El salvamento de la pelota

Querido padre: ayer soñé que alguien escribía una necrológica sobre mi muerte, te parecerá una manía enfermiza que sueñe estas cosas y también que ahora sea capaz de recordar mis sueños.

Siempre tuve la sensación de que en las noches no soñaba, pero claro probablemente era mi incapacidad de recordar lo soñado, ahora sin embargo con las capacidades mentales muy mermadas recuerdo los sueños con bastante claridad, tal vez sea porque lo irreal se ha vuelto más importante para mí que la realidad que vivo y he vivido.

Tal vez este sueño haya sido inducido por la última carta que te envié, en la que hablaba de cuando se le cayó la pelota al río a aquel niño en la carretera de Cañu. Pero tal vez el sueño fue inducido por unas necrológicas que encontré unos cajones, sabes que soy indiscreto las leí y sospecho que lo había escrito uno de mis hermanos para cuando llegar a mi fin que siempre pareció estar cercano.

Tal necrológica empezaba algo como así:

Tenía que llegar el día, y llegó por fin el descanso para aquella alma inquieta, presa de un cuerpo mediocre. Siempre viví cerca de él, si no en la distancia, sí en compartir sus sentimientos, inquietudes y esperanzas. Recuerdo muchas vivencias que compartimos. Nuestra familia vivió en diferentes destinos, por los que había pasado nuestro padre en el desarrollo de su profesión.

En resumen padre recogeré un relato en el que el “necrólogo” habla de mí de una forma barroca y me achaca una admiradora admirable, como verás, tal vez reconozcas al personaje central de la historia, por lo característico de su ser y por sus méritos, en esa fecha era una vieja, pero ¿sabes? los que llegan a viejos una vez fueron jóvenes y esta señora sé que muy vital y plena de vitalidad.

El relator le dio forma de relato y así comienza.

La incondicional

Rafael era alto, guapo y simpático. Había aprendido a nadar con nosotros, nuestra familia se bañaba en la Llongar. Así denominábamos allí a ese tramo del río Sella, donde se remansa durante kilómetro y medio, al sur de la villa de Cangas de Onís. En ese tramo el río ha excavado el valle en una profundidad de unos diez metros, dejando al descubierto rocas calizas y pizarras en los taludes laterales. El lecho está cubierto de regodones, así llamábamos a los cantos rodados. Este Vallina se abre hacia el Sur desde la aldea de Soto de Dego, situada debajo de los acantilados de piedra caliza de la margen occidental del río. En esta aldea tenían su casa solar los Cortina, la gente de la tan nombrada Cándida.

Al año siguiente de haber enseñado a nadar a Rafael descubrimos con gran sorpresa que Rafael nadaba mejor que todos nosotros. Él había estado entrenando ese invierno en el Club de Natación de Mieres y había progresado de un modo asombroso.

Ese verano mi hermano, el ahora difunto, le daba clases para ayudarlo a preparar la reválida de cuarto de bachillerato, donde se había atascado, era su tercer año. Todas las tardes Juaco salía de casa a las cuatro y media, y pasaba con Rafael en casa de su abuela un par de horas. La abuela de Rafael era una persona conocida y admirada en la comarca porque en los años 30, cuando se quedó viuda con hijos adolescentes, se hizo cargo de la empresa familiar, una compañía de autobuses en la zona de Cabrales, conduciendo ella cuando no había conductor disponible. Debo indicar que en los años 30 aquella zona estaba bastante revuelta, había bandoleros y en más de una ocasión la viuda sacó un revólver de la guantera del autobús para repeler un atraco.

Una tarde, Rafael salió de casa de su abuela, donde pasaba sus vacaciones de verano, y se vino a nosotros todo excitado, se quitó el jersey y dijo:

-Juaco, ponte este jersey.

Joaquín lo miró sorprendido y le dijo:

-¿Por qué?, No tengo frío.

-No importa, póntelo, estoy harto de las cosas de mi abuela.

A Joaquín el jersey le quedaba enorme, le sobraban mangas, los hombros le quedaban a medio brazo, vamos, que estaba hecho una facha con el jersey de Rafael.

-¿Lo ves? Y la abuela me dice que a ver si hago gimnasia y me pongo fuerte como tú. No lo entiendo, ¿Qué ve en ti? ¿Es porque me das clases? No, no lo entiendo.

Yo tampoco entendía que veía la viuda de Morán en Joaquín. Ahora pasados los años creo recordar algo que tal vez junto con otras pequeñas cosas, convertía a aquel adolescente endeble en algo especial a los ojos de aquella meritoria mujer.

Lo que voy a contar ocurrió a finales de febrero, el día estaba soleado, volvíamos a mediodía de las clases del Instituto. Al llegar al barrio nos encontramos a mi padre, quiero decir a nuestro padre, delante de los bloques de casas había un campito de césped natural, de prado, donde jugaban algunos niños pequeños. Algunas madres conversaban al tiempo que cuidaban de ellos.

 A uno de ellos; nieto, por cierto, de la viuda de Morán y primo de Rafael; se le escapó la pelota que fue a caer al río. Su Madre dio un grito y corrió intentando detener la pelota. El río discurría en trinchera, unos diez metros por debajo del nivel del campo de juego de los niños. El río corría turbio y crecido por los deshielos. Mi padre nos miró y dijo: -Joaquín al agua y saca la pelota.

Yo miré al río color chocolate que corría y saltaba, como saltan los corderos cuando van en tropel, y pensé: “debe estar helado”. Vi como Joaquín se desnudaba, corría talud abajo y saltaba al agua; braceó hacia la pelota y volvió a la orilla, arrastrado por el agua, la alcanzó unos cien metros aguas abajo de donde lo esperábamos contemplando la escena.

Entonces luchó por aferrarse a la orilla, se cogió o a la rama de un árbol que estaba medio sumergido por la crecida y a duras penas alcanzó el ribazo. Caminó hacia nosotros por la orilla del río y subió el talud hasta alcanzar el campo donde lo esperábamos, le lanzó la pelota al niño y dijo: -"Voy a casa, tengo frío", sus dientes castañeteaban.

Yo le hice una chanza, no me hizo ningún caso. Vi como mi padre se despedía de las mujeres que habían contemplado la escena, me pareció que el orgullo lo llenaba por completo. Pensé: "Estos dos siempre serán los mismos", pero no dije nada.

En casa mi padre le dijo a Juaco: "Joaquín date una ducha caliente y ponte ropa seca". Mi Madre dijo: "Pero Bernardo, ¿cómo dejaste que se bañara el niño? ¿No recuerdas la pulmonía que cogió o hace unos años y por poco se nos muere?". Y así discutieron durante un rato.

Hora y media más tarde nos fuimos al Instituto y la vida continuo sin que diéramos más importancia a la “hazaña”, pero se ve que la viuda quedó impresionada por el asunto o y se volvió o incondicional de mi hermano, y sólo ella veía en él esas cualidades que su nieto no entendía, pese a la amistad que los unía.

En setiembre Rafael aprobó por fin la reválida de cuarto, sacó un siete. Cuando Juaco le preguntó:

-¿Qué te dijeron en casa?, seguramente esperaba alabanzas a su labor. Rafael le contestó:

-Que ya era hora.

De ese modo creo yo, mi hermano, el ahora finado, pasó a tener una admiradora que veía en él lo que otros no veíamos, quizás mi padre si lo viera, no sé, pero al fin se murió y su alma tendrá el reposo que no logró tener nunca en vida.

Tengo que hacer una anotación aquí, no entiendo por qué mi hermano en esta necrológica nos cambian los nombres, pero estoy seguro que esta historia habla de mi. Tal vez el cambio de nombres tuviera por objeto que no lo identificaran los curiosos que lo encontraran. Al fin y al cabo escribir una necrológica sin que se haya muerto tu hermano es algo que en el mejor de los casos es de mal gusto.

 

 

 

 Anexos a la Saga Echeverria